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AmMe la enDmcontré en Emla calle, yo la miAmré en silencio. ESu perfume de guerra profanó miAms sentimientos. GSus piernas me enseñaron los caminos quCe conducen a Roma. DmLa Virgen y el pecado eran laF misma persona. En Esus pechos se le marcaban Ftodas las manos de madrAmugada Ede los beatos de pacotilla. Y Fen su pelo había hecho Amun nido las fantasías de los maridos Dmy la rutina de cada Fdía. AmGrabado a fuego en sus caderas: F"no soy de nadie, soy de cualquiera". FEn sus labios y en su piel todo el asco de una mujer qAmue se abre como una rosa YAm en su cara ese dolor de vender en cada ocasión Amsu negra perla preciosa. EEn su cintura esa desgraciaF que le bajaba hasta el Amvientre dFe ensuciarse en una camaAm pa poder comer caliente. DEe pronto alguien se acercó, Fno era más que otro comAmprador que precisaba consuelo. DmDe nuevo se dio por amorF arrastando sus cadenEas. DmEn la calle la dejAmé pero esa noche yo recé Ampor María Magdalena.